lunes, 29 de octubre de 2012

Satélite III




III.- Sobre cómo respira Khūmęn


Lleva ya Içmælđ 2 años con el marro de acero, mismo que él forjó; da golpes contra el pesado yunque; espada y mazo; vajilla y munición...así pasan los días para el desdichado mancebo que a Æqhmīld le sirve. De él vive, por él vive y para él también.

Içmæth, al igual que el resto de los laboratores, nada tiene prohibido si, y sólo si, no osan libertarse hacia el centro de Uur. Cercan al epicentro barreras tan altas y tan sólidas que ni se pueden ver, así a Satélite el Ennssi tiene sitiada.

Le dice Urbezh a su vivido hermano: "todo en Sŏmir se puede tener, comida hasta el hastío y placeres sin cesar; el trabajo al final del sendero libera". Hace un año que Amed se quitó la vida con la mano de Ür. Dos compañeros de la vida y dos vidas tan distintas; por un lado esta Izmālđ: se niega a caer en el perdidismo y cerrar la puerta...siente esclavitud en la libertad dada por la administración ensilar y por Khūmęn.

Un día seco de otoño, cuando al comienzo ya se puede percibir su final, Içmālđ despoja a su cuerpo de un miembro, su recompensa es un bien ulterior: libertad según él mismo. Por el tajo sin piel sangra, misma sangre quen alimenta el alma suya. Sin la cadena eléctrica ha de hallar su camino fuera de Satélite y entrar en su nueva vida, no refiriendo a la Nueva Sumeria.

Içmæth tiene dos tareas por realizar y su primer objetivo está en la mismísima Jomîn; he aquí un dilema: confiar o no en su hermano Urbăil o no, pues ¿y si le traiciona? Tampoco quiere hacerle daño alguno...no fue culpa suya el haber asimilado y tomado como propias las creencias laborales antiquísimas; como quisiera romper los grilletes de Urbezh. Comprende finalmente Izmælđ el error gravísimo que a sí mismo se puso: un límite de tiempo; cuando los mercenarios  de Simarqand le encuentren si permanece más de la cuenta en sus zonas de influencia.

Frente al barrio limítrofe, entre Satélite y Warfæth, corre el joven con largos cabellos de trigal hacia su destino final en la Factoría de Khomîn; en su espalda lleva los trozos catenarios con los cuales se le tuvo cautivo por castigo a su opinión no concorde a Æghmīld.

Llega con jadeo a la retaguardia del complejo industrial sólo para observar, una vez más, la penitencia de los laboratores, realidad que deja de serlo cuando pasa desapercibida por no sólo extranjeros, sino también por los propios habitantes de Ür; fuera de la marginada Satélite todo lo referente al sufrimiento es un mero tabú, una sucia conspiración para desprestigiar a la Nueva Sumeria surgida de entre las cenizas bélicas que dejaron los teatros tiempo atrás.

Una lágrima escarchada cae y se evapora antes de siquiera tocar el concreto ahí en el clima desértico de Uur...ya está todo listo. Es demasiado si ya el calor del desierto es superado por aquel de las maquinarias; o cuando en Jūmîn hay menos almas, menos humanidad que en las dunas tras las fronteras del Último Distrito.

Içmæth corre se pierde entre un hediente callejón, se postra ante el portón de La Salida, el que nunca abre para Satélite, con la que soñó. Coloca tres cilindros en cada lado del rectángulo metálico; con un alambre cúprico abre la cerradura, una vez dentro el joven gatea a raz del cemento hasta el lugar prohibido, es decir, el cuarto de comandos. El sudor salino le cubre por completo el rostro, tiene su cabellera cual si estuviera bajo las lluvias torrenciales de junio. Desde esa robótica habitación los enviados y subalternos del Consejo Ensilar lo controlan todo, inclusive la monótona vida de los neoesclavos.

Abre Izmālđ el cierre de su mochia de la cual extrae unos frascos más una roca de brillo seco y bonito aroma; mediante una manguera conecta uno de los frascos al picaporte del lugar prohibido, rellena el frasco con agua y sumerge posteriormentela piedra; sella el frasco y lo deja ahí; del lugar asciende un hedor almendrado, la señal que le dice debe partir.

Retoma el camino a gatas hasta lograr salir y corre, corre allende sus propios límites, toma las escaleras de un edificio entre los agudos ruidos de una alarma que se escuchan por toda Ür. El barrio es abarrotado por guardias; es el preciso momento cuando Içmæth acciona un dispositivo que trae ajustado a su cinturón y....una nube de humo, fuego y acero asciende más arriba que la cúpula en Simarqhand.

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